martes, 29 de diciembre de 2009

Pensaba...

Pensaba... Porque a veces también pienso, sí... Pensaba en la circularidad del tiempo. Ayer estaba sentada en la estación, esperando el tren, y sobre mi cabeza colgaba un enorme reloj, que marcaba las siete pasadas. Observé las agujas incansables de ese reloj, siempre haciendo el mismo trayecto, cada día, cada noche, aunque llueva, nieve, o haga viento, tejiendo segundos, minutos, horas, días, cual telarañas. Siempre en círculo, sin opción a perder el rumbo en una esfera perfecta que todo lo rige, incluída mi propia vida. Y sentí un agotamiento irracional, como si aquellas agujas trataran de alguna forma, y desde ahí arriba, de marcar el ritmo de mi latido, mucho más lento y desacompasado, torpe en ocasiones, con los engranajes de la esfera que supuestamente han de mantenerlo equilibrado tropezando consciente o inconscientemente cada cierto tiempo. Y de repente llegó el tren, puntual, y con él la inútil y pesada circularidad del tiempo a la que estamos irremediablemente sometidos, la que marca soles y lunas, bajo el ritmo frenético de un tic-tac cualquier. Esta vez, decidí permanecer sentada bajo el reloj, mientras el tren seguía su destino circular, y seguir pensando.


David Lanz - The Enchantment

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